Dra. Ilka Lizardo Ponciano
ilka.lizardo@uapa.edu.do
La casa de los abuelos se erige como un símbolo inolvidable de la cohesión familiar. Este espacio único representa un hito fundamental en la historia de cada familia, un punto de encuentro donde se entrelazan generaciones de hermanos, cónyuges e hijos. En este refugio, los primos se conocen, desarrollan la empatía y cultivan vínculos esenciales que fortalecen la estructura familiar. Las familias que han sabido conservar la casa de los abuelos no solo mantienen viva la tradición de las reuniones familiares, sino que también fomentan relaciones afectivas que caracterizan a su linaje por una unión fraternal inquebrantable. Estas reuniones, lejos de ser simples encuentros sociales, se convierten en ceremonias de reafirmación de la identidad familiar y en oportunidades para transmitir valores, historias y un sentido de pertenencia. Por contraste, la falta de un espacio tangible donde los lazos familiares puedan cultivarse a menudo marca la diferencia entre una familia unida y otra más dispersa. Cuando la casa de los abuelos ya no está, se pierde algo más que un edificio: se desvanece un lugar de encuentro que, a lo largo del tiempo, ha fomentado la comunicación y el amor entre los miembros de la familia. Sin este espacio, se observa cómo los hermanos, a menudo, pierden ese vínculo común que una vez los unió, abriendo la puerta a la fragmentación y al distanciamiento. En conclusión, la casa de los abuelos es mucho más que simples paredes; es un bastión de tradiciones y unión generacional. La preservación de este espacio no solo es un acto de cariño hacia nuestros antepasados, sino un compromiso con el futuro de nuestra familia. Mantener viva esta herencia es fundamental, pues en sus cimientos reside la fortaleza de los lazos que nos unen.
